La villa segoviana de El Espinar es una de esas poblaciones montañeras en las cuales, y rodeadas de señales de decadencia urbana que, en ocasiones, roza con la más dolorosa ruralidad, se advierten restos de pasada grandeza: casas solariegas de gran alzada y noble arquitectura severa; finados y cobertizos cuya disposición y dimensiones acusan aún el recuerdo de los grandes señores de ganado; ruinas de fuertes torreones y lienzos de murallas, donde el jaramago y el mastranzo son refugio deleitoso del lagarto y el dragoncillo heráldicos, huéspedes del escombro; en los patios bordean los cardos agresivos el labrado brocal del pozo, dueño del misterio.
El Espinar, que fundara Enrique I de Castilla, mediante una construcción campestre, que se llamó siempre el Palacio, se enorgullece de viejos esplendores; pero la joya principal de su riqueza histórica y artística es la espléndida Iglesia parroquial de San Eutropio, trazada por un discípulo de Herrera, y en cuyo seno pueden admirarse el magnífico retablo mayor y la estupenda Cortina (con la que se oculta éste en la Semana Santa), ambos de la mano egregia de Sánchez Coello.
De la injuria de los siglos, de las agresiones del mal gusto de los hombres y de los riesgos a que los elementos someten en climas tan hostiles a las construcciones de todo género, ha sido salvado el rico templo espinariego por el entusiasta celo reconstructivo de Regiones Devastadas, epígrafe del exponente más claro del afán de reconstrucción de España.
No hace muchos meses, en fiesta solemne, fue devuelta al culto la Iglesia de El Espinar, descubierta la piedra de sus sillares, raída la mugre de jalbegues imbéciles, acusados los nervios de sus elegantes y elevadas bóvedas, relucientes retablillos y altares barrocos...
Pero la Iglesia de El Espinar posee un órgano que, por sus dimensiones, su traza plateresca de profunda riqueza, la originalidad y noble proporción de sus elementos y la abundancia de sus posibilidades sonoras, puede ser considerado como único en España entre los de su tiempo. Los grandes paneles, escudos y medallones, carátulas, cuadros frutecidos y graciosas hojarascas, cintas y paños, son todos de espléndida talla de haya, en la que brilla la tendencia a la monumentalidad, visible en el tamaño de las rosas, peras, manzanas y abiertas granadas que forman sus guirnaldas.
En el cuerpo inferior de los tres que constituyen el instrumento propiamente dicho, está, naturalmente, el teclado, de cuatro octavas, completado por un pedalier de doce contras, más veintidós registros de lirón, cuyo detalle, ya expuesto en otro lugar, es como sigue: A la izquierda, bajoncillo, trompeta real, tapadillo, sobrecímbala, lleno, quincena, docena, octava y flautado. A la derecha, clarín, trompeta real, cometa de ecos, tapadillo, címbala, lleno, quincena, docena, octava y flautado de 13.
La insuflación procedía de tres enormes fuelles con palancas, hoy inservibles, pero que hemos visto, hace años, accionadas por muchachos o “entonadores"’, que para alcanzar el brazo de la palanca a cada uno confiada se veían precisados a dar un salto, constituyendo así el “entonar” un ejercicio de no suave gimnasia.
El remate superior de este singular y rico instrumento —que no tendrá menos de quince a veinte metros de elevación desde las losas del crucero—, y después de salvados los admirables y bien agrupados juegos de tubos de rica aleación, cajas de ecos, el secreto, etc., está constituido por grupos de ángeles tañedores en largos sacabuches y trompetería y por mofletudos querubines que pulsan instrumentos de púa, sobre grandes masas de nubes, que son como el escabel glorioso en que se apoya erecta, aunque reverente, una figura humana, de gran tamaño, que puntea una vihuela, todo ello en policromía de dulce tonalidad, que agrega riqueza al conjunto grandioso de este órgano —de que dará idea el grabado que se acompaña— y acerca de cuya edad hemos hallado en su atril unas palabras manuscritas, en letra oficial, de las que liemos podido descifrar tan sólo éstas: “Este órgano comp... (uso?) en septiembre de 1751.” Debajo puede adivinarse más que leerse: “Manuel Segura.”
Las calidades sonoras de los juegos de este instrumento, queremos decir los utilizables, en los años, remotos ya, en que nos fue posible tañerlo, durante la Misa mayor, en nuestros descansos estivales, eran de primer orden. Terrible desafinación convertía, sin embargo, en inaccesibles los registros de trompetería y fondos, que sucesivamente, como los demás, han ido enmudeciendo por “familias”, mientras los fuelles pasaban, uno tras otro, del asma a la asfixia, inertes las otrora potentes palancas; sibilantes los conductos; cambiados entre sí, por misterioso y malévolo conjuro los registros, de modo que no respondían las calidades a lo que se pretendía.
En suma, el admirable órgano, con toda su magnífica apariencia, en que la polilla y el polvo secular hacen su triste oficio, no es sino un cadáver suntuoso, que los ángeles y el tañedor, junto a la bóveda elevadísima del gran templo, velan y acompañan en su mudez al silencio doloroso del órgano de El Espinar, cuya voz no pudo oírse —siendo la voz del templo— cuando con legítima satisfacción era éste devuelto, después de inteligente restauración, al culto divino.
Pero al frente de la Dirección General de Regiones Devastadas hay espíritus sensibles, para quienes brilló por su ausencia el sonar del órgano en la solemne ceremonia... No. No ha de limitarse la noble y patriótica empresa de D. José Moreno Torres a afianzar la perduración de los elementos materiales de la existencia española. Cuarteles, viviendas, trazados urbanos, fábricas y talleres, cortijos y almacenes, silos y almazaras, clínicas y labora-torios...
Pero también en la iniciativa de Moreno Torres y de sus colaboradores hay espacio para los afanes espirituales del puro arte.
Déjesenos pensar que está salvado el órgano magnífico de la serrana y alcurniada villa de El Espinar, como se ha salvado el magno templo que lo atesora, y por las mismas manos providenciales. Un día volverá a cantar las glorias de Dios ese órgano, cuyo sonido ignoran las actuales generaciones de la villa. Y entonces, en lo hondo del pecho de los protagonistas de esta anhelada resurrección surgirá una emoción inédita, porque ese sonido les parecerá una acción de gracias del espíritu de España. Hombres de Franco y de su victoria, nuestra victoria, lo habrán logrado.
Porque ahora —Regiones Devastadas y sus incansables taumaturgos lo saben—, ahora no quedan las cosas dignas de pervivir a merced de lagartos y dragoncillos. Y, entre ellas, el órgano de la Iglesia de San Eutropio de El Espinar, de la Mancomunidad de Segovia.
Do la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
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