El Espinar de antaño
Texto de Rafael Rivero Ortiz
Texto de Rafael Rivero Ortiz
"La banda municipal tocando sale de la plaza tras una tarde de lidia, Fiestas de San Roque, y desfilando se dirige a La Corredera. Escucho que se cuela un sentido pasodoble torero entre la suave brisa estival que se desliza por el Paseo de Las Acacias, justo en la esquina de la casa de Paco El Zapatero, buena gente. En ese instante me vienen a la memoria lugares espinariegos que ya no están, es posible que nunca hayan existido. A veces, siempre, el recuerdo juega malas pasadas. Así sólo somos olvido.
Un lugar decisivo en nuestra juventud de reunión estival, cuando aún teníamos la cabeza repleta de ideas gregarias y redentoras de justicia, era el bar Sermari equiparable sin duda al wharholiano Estudio 54 o al Marquee londinense. Estaba regentado por Santamaría y su hijo. Era un local pequeño, sin aparente interés, situado en el centro del pueblo a dos pasos de los billares de Tomasín y del misterioso casino; luego fue ocupado por una gélida sucursal bancaria del Central, hizo las veces de panadería y ultramarinos regentado por orientales y hoy es una cafetería convencional. Allí aprendimos a ejercitar el noble arte de la hípica, pulsando el dátil, para eludir los obstáculos en una carrera de caballos que se reproducía en una maquina tragaperras de marcianitos.
Hay que reconocer que siempre tuvieron mtis lustre, tradición y boato, tabernas ya tristemente desaparecidas como El Chato y Casa Julián, lugares de enconadas contiendas con las armas de los naipes bajo una alfombra de serrín y servilletas de papel. Por fortuna sobrevive, como el último mohicano del vía crucis alcohólico cultural, el bar El Manso lugar reformado donde aún expiden un delicioso café.
En aquellos veranos eternos de nuestra juventud (tan peligrosamente cándida) no había apenas locales nocturnos que compitieran con la discoteca de los Rosales, dueña y señora de la noche, que organizaba sabios bailes de disfraces y concursos de voluntariosos travoltas, para llenar el aforo.
Después, con la llegada de los pubs, empezó la competencia (pensando en los mayores, no en nosotros, sin un duro) sobre todo con Don Mendo, tipo pub inglés con cierto toque hortera, Cachalote, UFO, Mesón el Abuelo y cerca de la Piscina, el bar Sugar, siempre tan desierto con cuencos de pipas para la ausente clientela; bajando por el Molinillo tras el Parque el glamouroso Delos. Me viene al recuerdo el bar de El Frontón de Manín, donde los viejos chupones después de un partido se avituallaban bebiendo porrones de cerveza con limón acompañados con tapas de boquerones y aceitunas. No puedo dejar de recordar las tiendas de golosinas y baratijas: la Marina en la Corredera y la Señora María cerca del caño del Cura, chicles bazooka "recomendados" por los afortunados odontólogos, pipas "dijo el toro al morir siento dejar este mundo sin tomar pipas Facundo", Flashes, regaliz circular Fiesta, palomitas Gol, kikos Maíz Loco ...
No se puede obviar el santo y seña del pueblo: la churrería de la familia Maganto, ni sus excepcionales y tan añoradas y suaves patatas fritas; recuerdo que también vendían leche recién ordeñada en sus dominios verdes cerca de Los Picos. Bajando está la mansión fantasmal Icaro y Dédalo, hoy casi en ruinas. Me acuerdo de que había unas monjitas con niñas de colonias en procesión desde Villamundi subiendo por el Cabezuelo y que varias vacas frisonas pastando sin dueño con cara perpleja, observaban con ojos huevones las risas de las colegialitas.
No dejaré de evocar las ya desaparecidas Peñitas de detrás del parque y la pradera, donde jugábamos al fútbol en partidos eternos de tanteo infinito. Primero se formaban los equipos, echando a pies, a mí siempre me elegían el último formando parte del banquillo de prescindibles. Si había que recibir una toba ponía sin contemplaciones la colleja. En aquellos tiempos descubrimos juntos la amistad, juntos probamos las primeras cervezas en Peña El Gato, juntos incluso nos fuimos de vacaciones a San Juan. Mientras viene cayendo desde muy lejos la noche, comienzan a encenderse las tímidas bombillas de los faroles de La Corredera, la Banda Municipal sigue tocando en el templete de la plaza. Sobre el rugido ensordecedor del pueblo en fiesta se distinguen de cuando en cuando algunos compases de España Cañí. Un borracho perora sin que nadie lo mire. Fuera de la plaza, el vientecillo de la noche sube por las callejas de Cantarranas. Varias parejas de novios se despistan perdiéndose en la noche por Santa Quiteria.
Sobre el sordo rumor del baile, casi al compás del pasodoble, el reloj de la Iglesia de San Eutropio marca las doce. Cualquier tiempo pasado .... "
(Texto Rafael Rivero Ortiz)
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